Olorudo se
preparaba para salir con el piloto puesto y un gran paragua.
A Olorudo lo
llamaban así sus amigos peces de la laguna donde vivían, porque su aspecto
lucía desaliñado, tenía olor, estaba medio seco y sus verrugas verdes ya no
brillaban tanto con el sol. Todos le sugerían que se de ¡una buena ducha!
Olorudo era
un sapito ¡que no le gustaba el agua! Cuando de cazar insectos se trataba, ¡se
le complicaba! Sacaba su lengua larga y pegajosa pero se le enroscaba unas
cuantas vueltas en el paragua y
necesitaba que lo ayuden para desenroscarse. Y cuando los bichitos venían
volando lo esquivaban fácilmente ya que lo veían por su atuendo ¡tan
llamativo!. Los amigos pececitos lo llevaban en
su espalda para recorrer las aguas de la laguna, también lo solían ver
saltando de hojitas en hojitas siempre cuidando de no salpicarse.
Lo cierto era
que nunca se metía en el agua a pesar de que sentía curiosidad por los relatos
que escuchaba cuando se juntaba con los peces. Eran historias del mundo
submarino y Olorudo quería poder imaginarlas.
Un buen día
buscó un ¡traje de buzo! Se acercó hasta el muelle y tomó carrera para dar un
salto de chapuzón. Una vez en el agua, nadó
y recorrió todos los lugares que jamás imaginó, saco muchas fotografías
a cositas acuáticas que la gente pierde porque se les caen al agua. También a
tesoros de la naturaleza, compartió una tarde mágica con todos los animalitos
de la laguna.
Ese día
Olorudo lo guardó como un recuerdo
inolvidable en su corazón y pensó que esa experiencia le era muy familiar como
si alguna vez cuando fue niño ya la hubiese vivido.
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