lunes, 15 de julio de 2013

BIGOTINES

 Cada vez que Tita y Tito, mis vecinos, salían de paseo, dejaban a Bigotines, su perro guardián, en el jardín.
Y cada vez que por la vereda caminaba la viejita de la vuelta, Nico andaba en patineta, mientras por lo general circulaba la moto del delibery. La alarma los hacía saltar a todos del susto.
Guauguauguauguauguauuuu sonaba por un rato prolongado.
Claro, Bigotines además de tener orejas largas y bigotes largos tenía en el interior de su cuerpo marrón una alarma, vaya uno a saber dónde.
Era un perro sabueso, tenía alma callejera y de vez en cuando se escapaba por el barrio, aunque no era una preocupación mayor para mis vecinos porque Bigotines tenía un collar con chapita identificatoria y además era más bueno que Lassie.
Cuentan mis vecinos que una tarde en uno de esos recorridos encontró una bolsa que le llamó la atención y se acercó muy lentamente, olfateó y dio un lengüetazo tan fuerte que sin darse cuenta saboreó una alarma podrida y rota que se encontraba abandonada.
Bigotines quedó patitas para arriba a causa de la indigestión. Tita llamó al veterinario y le colocó dos inyecciones para curar el dolor de barriga.
Al primer pinchazo dio medio vuelta de rosca y al segundo dio vuelta entera.
Así Bigotines pudo pararse en cuatro patas y terminó de sanar los días siguientes. Tan saludable se encontraba con la alarma merendada, que para sorpresa de muchos comenzó a funcionar.
Y así fue como la alarma dentro de la barrigota de Bigotines empezó a dispararse a cualquier hora, por la noche cuando un gato caminaba sobre el techo, a la siesta cuando los pajaritos visitaban el jardín y también temprano a la mañana cuando los chicos iban a la escuela.
La alarma de Bigotines nunca se quedaba sin batería, algunas veces la escuchábamos sonar bajito y era porque no la había cargado con alimento balanceado.
Los días de lluvia funcionaba un poco entrecortada porque causaba cortocircuitos y costaba acariciar a Bigotines los días inestables porque daba un poquito de corriente.
Cuando conversaban mis vecinos con otros vecinos de la cuadra, les preguntaban dónde habían comprado el perro alarma ,Tita y Tito muy ofendidos respondían:
- ¿Qué piensan que uno así porque así va al almacén y pide un perro como si se tratase de comprar un kilo de pan?- Rezongaba Tito.
-Una vida se adopta con amor- Agregaba Tita.
Así fue como Bigotines había formado parte de la familia y del resto de la calle, digamos de la manzana entera.
Se lo podía ver cuidando a todos los vecinos. Era muy guardián y cuando una actitud resultaba sospechosa no hacía falta que muestre los dientes bastaba con que suene su alarma.
- Guauguauguauguauguau - De inmediato se oían las sirenas de bomberos y policía que se aproximaban al lugar.
Ser un perro alarma y proteger a los queridos amigos era su gran pasión. Pero no era la única, la otra pasión de Bigotines era el fútbol.
Un día que jugaban un amistoso los niños del barrio lo invitaron a participar en el equipo, no dudaron que Bigotines fuese el arquero y consiguieron unos botines de su numeración.
Bigotines entusiasmado saltaba y en cada salto se escuchaba la alarma, que distraía a los jugadores del equipo contrario. Mientras su cuerpo resbalaba de derecha a izquierda en un mar de baba, trataba de morder las pelotas.
Pudo evitar muchos goles, ya que no quedó pelota sana.
Desde ese día Bigotines muy contento tuvo nuevos botines para andar de calle en calle y disparar su alarma en todo el vecindario.

¡Colorín colorado
esta alarma se ha apagado
y el perro con zapatos
Hace silencio por un rato!



de Anabela Acuña
Ilustración: Bauti Rojo