Bichófilo pensaba que era poco atractivo, por su color verde, mal olor y porque era una
chinche.
Sus amigos, le decían que se parecía a una vaquita de San
Antonio, claro sólo le faltaban los lunares y un buen perfume francés.
Esa era su mayor preocupación, no tener lunares, porque para él, eso lo hacía menos vistoso que a los demás.
Soñaba con lunares de todos los colores, grandes o chicos,
pintados o estampados.
Un día se acercó a una tienda a comprar unos centímetros de
tela para confeccionar una capa lunarezca bien larga, que aunque no parezca, le cubriera todo su cuerpito.
Cada vez que salía al jardín, no olvidaba colgársela sobre
los hombros. Muy feliz Bichófilo se encontraba, hasta que una tarde lo
sorprendió un fuerte viento por la espalda que lo asustó y dejo caer, su
capita.
Ese viento era el movimiento de las alas del ave Picuda, en búsqueda de su alimento.
Bichófilo buscó refugio sobre unas hojitas verdes, donde su
cuerpito quedó totalmente camuflado.
Para Picudo, el ave, no fue fácil distinguirlo entre las
tonalidades de las plantas y siguió camino hacia otro rumbo.
En ese momento Bichófilo comprendió que siendo como
realmente era, podía afrontar los problemas que se le planteaban y que era muy
importante confiar en uno mismo.
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